Están los que hacen que no miran, incluso si están con alguien le indican “mejor no lo mires, que si no llora”. Esta indiferencia no permitirá al niño indagar sobre su dolor, no estamos enseñándole ni a identificarlo, ni medirlo, mucho menos aliviarlo. Por el contrario, hacer como que ‘no pasó nada’ (y decirlo) cuando algo, y muy feo para el niño, en efecto sucedió, puede ir aprendiendo que las emociones se se suprimen o se niegan. No privemos nunca a nuestros niños de nuestra mirada, ser indiferente puede ser entendido como ‘no me importa lo que te pase’ y estoy segura de que ningún padre querría que su niño sienta eso.
Están también quienes se aterrorizan y toman una actitud de alarma extrema, exclamando y poniendo cara de espanto. Esto puede aterrorizar más, haciéndole creer al niño que el alivio no llegará, y que para mirar una herida (física/emocional) es necesario sobredimensionar. Tampoco ‘peguemos’ al mueble con el que se golpeó, diciéndole “silla mala, silla tonta”, pues no tienen la culpa! No cometamos el error de criar niños castigadores, que busquen inmediatamente un culpable fuera.
Poner en palabras, sin negar ni exagerar, empatizando y ofreciendo alivio:
“Oh, te caíste mi amor, qué pena que te haya sucedido esto, ya va sanar/lo vamos a curar... creo que no te diste cuenta de que había una piedra y te tropezaste, tendremos más cuidado la próxima vez”
Aquí el ‘sana sana’ es también un gran aliado, pues podemos aliviar el dolor en el cuerpo mediante el contacto, tan rico también para el alma .
Por último recordemos que cuando un niño se cae, el dolor cobra identidad: se toca, se mira, se siente, se alivia con la mirada, empatía y amor de sus figuras de apego.
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