Cruzando el desierto, un viajero vio a un árabe sentado al pie de una palmera. Cerca de ahí, reposaban sus caballos, pesadamente cargados con valiosos objetos.
Aproximándose el árabe, le dijo:
- Te veo muy preocupado. ¿Puedo ayudarte en algo?
- Si -respondió el árabe, con tristeza- estoy muy afligido, porque recién perdí la más preciosa de todas las joyas.
- ¿Qué joya era? -le preguntó el viajero.
Cruzando el desierto, un viajero vio a un . . .
- Era una joya -respondió su interlocutor- como otra jamás habrá. Esta batallada en un trozo de piedra de la Vida y había sido hecha en el taller del tiempo.
Adornada por veinticuatro brillantes, alrededor de los cuales se agrupan sesenta piedras más chicas. Ya verás que tengo razón al decir que joya igual jamás podrá reproducirse.
- Por mi fe, dijo el viajero, tu joya debía ser preciosa. ¿Pero no será posible que, con mucho dinero, se pueda hacer otra joya igual?
- La joya perdida -respondió el árabe, pensativo - era un día, y un día que se pierde no se vuelve a encontrar
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