Un labrador tenía un caballo y se le escapó.
Los vecinos lo lamentaron. El decía: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?”.
El caballo volvió con una tropilla de caballos.
Entonces lo felicitaron. Él repetía: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?”.
Su hijo al querer domar uno, se rompió una pierna. Lo compadecieron. “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?”.
Entonces, pasó por allí el ejército y sólo reclutó a los jóvenes sanos. Lo felicitaron. El permanecía impermutable: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?”.
Lo que parece un contratiempo puede ser una suerte, y al revés. Dejemos a Dios decidir.
“Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman” (Rom 8,28) .
Dios es el Padre y sabe lo que nos conviene. Un buen hijo se fía siempre de su Padre porque sabe que quiere lo mejor para él.
Justo López Melús
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