En todo el mundo se conoce una flor en forma de estrella como la "flor de nochebuena". Cuántas veces nos hemos detenido a contemplar sus hermosos colores : rojo y verde. En la época decembrina por todos lados la vemos y llega a convertirse en un símbolo que parece decirnos en cada pétalo*: ¡Feliz Navidad! ¿Pero por qué es esa flor y no otra? ..Pues volviendo al tema de los colores, recordemos que ya los celtas veneraban el muérdago por sus hojas erizadas con sus bayas rojas, que colocadas en forma de corona eran el símbolo de la pasión de Cristo. Pero también sabemos que el color verde significaba inmortalidad y esperanza desde tiempos remotos.
Otros ritos ancestrales referentes al año nuevo, nos hablan de la quema de ramas frescas de pino en honor de una diosa llamada Herta o Bertha, y así encontramos que si el verde ha venido representando fertilidad y regeneración, algo semejante lo ha sido el color rojo; aunque éste haga referencia a la renovación de la vida, a merced del renacimiento del sol durante el solsticio.
Ya enterados del significado de sus colores entenderemos por qué nuestra CUETLAXOCHITL se convirtió en la "flor de nochebuena", originaria de nuestro país, de la Sierra de Taxco Guerrero; y la cual ya en los tiempos prehispánicos significaba la pureza de la sangre sacrificada al astro rey para renovar su fuerza creadora que haría que el universo entero siguiera su marcha.
Pero tenemos también una hermosa leyenda que data de hace varios cientos de años y que surgió en alguno de nuestros pueblitos mexicanos.
Dicha leyenda cuenta la tierna historia de una niña de escasos diez años cuya madre tenía el encargo de tejer una cobija nueva para el pesebre del Niño Jesús de su iglesia, ya que la que tenía estaba muy vieja y raída. Ella aceptó encantada la distinción que le confería el párroco, empezó a elaborarla con gran entusiasmo, pero al caer gravemente enferma no pudo terminarla y la dejó a medias en el telar. La niña preocupada intentó acabarla, pero sólo consiguió enredar todos los hilos y las madejas. Al día siguiente, al atardecer, empezó la procesión al templo de todos los lugareños y la pequeña escondida detrás de un gran matorral, llorando, los veía pasar con enorme tristeza pues su madre seguía enferma y no había cobijita nueva para el Niño. De pronto se le acercó una anciana bondadosa y le preguntó qué le pasaba. Lucina, que así se llamaba la niña, le contó toda su pena y la buena mujer la consoló diciéndole que ya no se preocupara pues su mamá ya había sanado y que se apurara a cortar unas ramas de esa planta que la escondía y se las llevara como obsequio al Santo Niño.
La niñita, no daba crédito a lo que oía, pero obedeció dócilmente a la señora y con un manojo de aquellas ramas llegó corriendo al templo. Colocó con gran cuidado las varas alrededor del pesebre , mientras la gente en silencio la observaba. De pronto todo se iluminó y de cada rama había surgido una enorme estrella roja que entibió rápidamente el ambiente. La niña sonrió pues seguramente el divino Niño ya no pasaría más frío. Llena de contento salió corriendo y vió que todos los matorrales de la calle y las montañas, lucían estrellas radiantes iguales a las que había en el pesebre y que su humilde presente se había convertido en el más resplandeciente de todos los regalos.
El nombre científico, con en cual se conoce esta bella flor mexicana, es el de "poinsettia" en honor del cónsul norteamericano que en el siglo 19 la transportó a los Estados Unidos y de ahí fue llevada al resto del mundo.
Susana Medina
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